Hace un par de semanas saltó a la luz en todos los periódicos y telediarios...Casi nadie había quedado indiferente a la noticia : algunos inmigrantes habían recurrido al bisturí para mitigar sus rasgos étnicos, los rasgos que delataban a gritos su procedencia remota.
Aquello me pareció el lado más grotesco y salvaje de una integración mal entendida. Es decir, eso no es integración. Desde el momento en el que a una de las partes en contacto se le exige que reniegue de su idiosincrasia y acepte lo dominante, ya no hay integración, hay sumisión, puede que, incluso, haya miedo.
Una mujer colombiana daba consejos para, por medio del maquillaje, disimular las narices anchas y un cirujano explicaba cómo un oriental dejaba de serlo por obra y gracia de la cirujía.
Alrededor de la mesa del té, comentándolo con unas amigas, puse el grito en el cielo. Me pareció horrible que hubiera quien, de algún modo, renegara de lo que era, ésa era la opinión del europeo bienpensante...
Pero qué poco nos ponemos en el papel del otro, mejor dicho, en la piel del otro.
Metro de Madrid.
Me bajo en "Lavapiés", donde conviven personas de países que a veces no sé ni ubicar en el mapa.
Control policial.
Al caminar por un pasillo, varios policías desvían hacia una zona acordonada a todo aquel cuyos rasgos lo delaten, a todos los que tiene narices anchas, ojos rasgados, piel negra, chilaba, turbantes en la cabeza, velos...
Yo paso, de hecho, soy una de las pocas que paso.
Este pasillo franco me sabe raro, me hace sentir una ciudadana de primera, miro hacia atrás. Este privilegio me hace sentir incómoda.
Hay una señora mayor (o envejecida) de unos 60 años (¿40 en una vida demasiado dura?). Esas señoras que sus hijos sacan de Bolivia, de Ecuador o de Perú y se traen a Madrid y nunca logran adaptarse, y mueren en un hospital blanco, en una sábanas blancas, mirando por una ventana en la que predominan los grises y apenas se ven las estrellas por la noche, soñando con los paisajes multicolores que se ven por las ventanas de sus casas que están tan lejos...
La señora no sabe bien qué pasa, le piden la documentación y la señora se pone nerviosa.
Parece una de esas señoras que, aunque estén seguras, siempre preguntan si el metro para en su estación antes de subirse.
Se pone muy nerviosa y parece que no entiende qué le reclama el policía.
Empieza a buscar en un bolso enorme y deja caer la bolsa de la compra al suelo. El policía, en un arranque de piedad, se agacha a recogerla, pero le dice que debe ir siempre documentada.
La señora está muy nerviosa y sigue revolviendo el bolso.
Un policía me conmina a seguir. No termino de ver el desenlace de la escena.
Yo empiezo a subir las escaleras del metro, claro, yo que no tengo la nariz ancha, ni los ojos rasgados, ni llevo velo, ni soy negra...